martes, 10 de septiembre de 2013

Delirios de desconfianza

Hoy es una noche rara lena de oscuras ansias de violencia y profunda decepción. Últimamente he tenido sueños, sueños de esos que hacen que te despiertes con sudor frío cada mañana deseando no haberte dormido. No era pesadillas corrientes y no siempre yo estaba implicada.
Hace algunas noches sobre las 3 de la madrugada después de despedirme de uno de mis mejores amigos con los que antes mantenía una relación mas placentera sexualmente y habiendo perdido la esperanza de que ello volviese a ocurrir cerré mis ojos y me encontré en una especie de edificio con muchas plantas y habitaciones en el cual podías encontrar cualquier cosa. En el ví a viejos conocidos prestándome ropa como intentando ser amables y dinero que aparecía de la nada. Hasta ahora nada relevante pero entonces abrí una puerta y ahí estaba El tumbado en la cama aún vestido mirando aburrido el suelo. Me acerque a ver lo que estaba mirando y entonces vi a un hombre gordo y moreno, vestía uniforme de albañil y sangraba, su sangre cubría todo el suelo y sus ojos ya a penas tenían color. No conocía a ese hombre de nada pero no podía dejar de mirar como se desangraba sin hacer nada. Entonces El se levantó de la cama y sacó un pistola de debajo del colchón y apuntó a la cabeza de ese hombre moribundo. Iba a apretar el gatillo pero le detuve. Le detuve pero no para que no lo matase, es como si su muerte fuese imposible de evitar, si no para que usase la almohada como silenciador y el resto del edificio no escuchase los disparos. Disparó y el disparó me sentó como un puñetazo en las tripas. La cara de aquel hombre desconocido estaba desfigurada y esparcida por el suelo de la habitación. Notaba el olor a pesar de ser un sueño y aún lo recuerdo y me da nauseas de toda esa carne abierta encima de su garganta rezumando sangre. El bajo de la cama y entonces sonó una sirena, nos íbamos de excursión. Yo, que en el sueño permanecía impasible sabía que si teníamos que deshacernos del cuerpo así que lo cubrí con toallas y El se lo cargó como si se tratase de una gran mochila sonriéndome con esa cara tierna de niño. Discutimos sobre que hacer con él y terminamos por quemarlo en un almacén abandonado. Ninguno de nosotros iría a la cárcel, ninguno pagaría por lo que habíamos echo. Y yo no podía dejar de mirarle a El y a la persona en que me había convertido. Mis manos estaban manchadas de sangre, y mi ropa. Yo no mostraba ninguna emoción pero el sonreía, se divertía viendo como sufría la persona que fuera de allí se cubría bajo las sabanas deseando despertar.

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