viernes, 18 de octubre de 2013

Perdiendo el tiempo

Se sentaba sola en la primera fila. Sus compañeros de clase a penas la prestaban atención. Era una chica extraña. Miraba fijamente hacia la ventana perdida en la nada, esperando sin espera nada escuchando sin oir, pero ella formaba parte de todo. Notaba como cada poro de su cuerpo se estremecía con frío y el calor, el tacto de los arboles, el suelo, la hierva, la gente... Veía una infinidad de colores en todos los rincones, olía una infinidad de olores distintos y todo ello desde la diminuta silla de una estudiante de primaria. Hablaba poco, los adultos se preocupaban y la llevaban de un lado a otro buscando una solución pero ella no entendía porque todo debería ser diferente. Sentía el aliento en su cara de barios médicos, especialistas, profesores, ese aliento tan extraño y pesado, una nube de vapor espesa que quería tragársela.
Pasaron los años y esa niña no cambió. su mirada cada vez estaba más perdida en el infinito, todo el que lograba dirigirse a ella era sumido en un profundo vacio. Pronto la gente empezó a apartarse. Da igual lo muy hermosa que fuese, ella no le daba importancia.  Un día caminaba absorta por la calle de camino a su cuarto año de secundaria y noto que el aire que la rodeaba cambiaba de volumen rapidamente. le pesaban los hombros y la costaba respirar cerro lo ojos con fuerza esperando a despertar estatica en medio de la carretera. Oyó un vocinazo y se temió lo peor más no pasó. El coche se había detenido a escasos centímetros suyos y no solo el coche. El mundo se había parado. Los relojes seguian su curso, las máquinas seguian funcionando solo que ahora carecían de sentido ¿para que se necesita el tiempo si no hay nadie que lo gaste?
Paseaba por su jardín de estatuas de carne, tocaba su cara, aun caliente, tomaba entre los dedos su pelo, acariciaba sus manos. Necesitaba hacerlo. El tacto del contacto con otra piel siempre la había fascinado, desde los cálidos abrazos de su madre a los mecánicos besos a la hora de saludar, era reconfortante.
Reunió un tras otro en centro de la ciudad y se acurruco a su lado quedándose tan quieta como todos ellos.
Ahora todos eran iguales