No quiero
nada, no espero nada, soy una buena para nada. Llevo mucho tiempo así,
pensando. Ver cómo pasa el tiempo. Las personas evolucionan, las observo.
Yo la
admiraba, hacia despertar en mi pecho ganas por hacer las cosas, la seguía desde
lejos, me fijaba, esperaba mi momento de demostrarle lo que era capaz de hacer,
siempre en el banquillo siempre esperando un momento que nunca llegaba.
Nunca he sido
genial. Siempre bajaba la cabeza cuando me llegaba el momento. Siempre he
dependido de los demás, sin fuerza para oponerme a las circunstancias, llorando
como una niña pequeña. Pero llega un momento en lo que todo eso no importa.
Ahí estaba
ella, llorando, sola, perdida, abandonada por todo lo que había creído y yo ponía
mi mano en su hombro y al final se dio la vuelta y miro de frente a su sombra y
con lágrimas en los ojos ya no era tan grande, ya no brillaba, solo era una
persona como yo, como todos. Le dije “Todo va a salir bien” pero ¿Cómo podría
creerme? Entonces algo se prendió en mí y me canse de tantas idas y venidas y
la agarre de la mano fuerte, la levanté y tire de ella y corrimos, corrimos muy
lejos sin rumbo como el viento, una carrera desesperada. La dije que estaba
cansada de que la gente llorara que no me gustaba, que quería verla sonreir
como hacia siempre con ese gesto despreocupado y alocado que me daba vida y la
llevé a enfrentar su destino no importaba el camino ni las consecuencias. Con
una sonrisa salada la dije adiós y ella me respondió con otra sonrisa igual y mirándome
con respeto se alejó hacia su felicidad.
Nos
encontramos otra vez y ella me golpeó muy fuerte. Me dijo algo así como “Espabila,
¿Cuánto hace que no te mueves?” pero yo ya
no tenía más fuego dentro y volvía a ser el carámbano de siempre quieto,
esperando. Frotándome los golpes solo podía llorar y sentirme miserable con el
único consuelo de que quien me había golpeado ya no era brillante ni grande si
no una persona, como yo.
Me dijo que
me admiraba porque estaba quieta mientras ella se movía. Nunca lo entendí y aun
así ella siempre estuvo a kilómetros de mí y yo fui la sombra.
Aunque en su
día corrimos parejas yo siempre he tenido menos resistencia como para hacerlo
todo el tiempo y poco a poco volvió a dejarme atrás. Y ahora que está tan lejos
ya no tengo ganas de alcanzarla. A veces retrocedía a saludarme, esperando mi
mano que volviera a sacarla del fango pero enseguida volvía a retomar su
carrera más rápida que los segundos que pasan y a alejarse más y más pero yo ya
no corro más y camino despacio, arrastrando los pies. Pues yo no sé a dónde
quiero llegar para darme impulso, no deseo nada, estoy vacía. ¿Y ella que buscara?
Puede que corra para alcanzar la muerte o solo porque así encontrará la vida.