jueves, 9 de abril de 2015

La desesperada

No quiero nada, no espero nada, soy una buena para nada. Llevo mucho tiempo así, pensando. Ver cómo pasa el tiempo. Las personas evolucionan, las observo.
Yo la admiraba, hacia despertar en mi pecho ganas por hacer las cosas, la seguía desde lejos, me fijaba, esperaba mi momento de demostrarle lo que era capaz de hacer, siempre en el banquillo siempre esperando un momento que nunca llegaba.
Nunca he sido genial. Siempre bajaba la cabeza cuando me llegaba el momento. Siempre he dependido de los demás, sin fuerza para oponerme a las circunstancias, llorando como una niña pequeña. Pero llega un momento en lo que todo eso no importa.
Ahí estaba ella, llorando, sola, perdida, abandonada por todo lo que había creído y yo ponía mi mano en su hombro y al final se dio la vuelta y miro de frente a su sombra y con lágrimas en los ojos ya no era tan grande, ya no brillaba, solo era una persona como yo, como todos. Le dije “Todo va a salir bien” pero ¿Cómo podría creerme? Entonces algo se prendió en mí y me canse de tantas idas y venidas y la agarre de la mano fuerte, la levanté y tire de ella y corrimos, corrimos muy lejos sin rumbo como el viento, una carrera desesperada. La dije que estaba cansada de que la gente llorara que no me gustaba, que quería verla sonreir como hacia siempre con ese gesto despreocupado y alocado que me daba vida y la llevé a enfrentar su destino no importaba el camino ni las consecuencias. Con una sonrisa salada la dije adiós y ella me respondió con otra sonrisa igual y mirándome con respeto se alejó hacia su felicidad.
Nos encontramos otra vez y ella me golpeó muy fuerte. Me dijo algo así como “Espabila, ¿Cuánto hace que no te mueves?” pero yo ya  no tenía más fuego dentro y volvía a ser el carámbano de siempre quieto, esperando. Frotándome los golpes solo podía llorar y sentirme miserable con el único consuelo de que quien me había golpeado ya no era brillante ni grande si no una persona, como yo.
Me dijo que me admiraba porque estaba quieta mientras ella se movía. Nunca lo entendí y aun así ella siempre estuvo a kilómetros de mí y yo fui la sombra.

Aunque en su día corrimos parejas yo siempre he tenido menos resistencia como para hacerlo todo el tiempo y poco a poco volvió a dejarme atrás. Y ahora que está tan lejos ya no tengo ganas de alcanzarla. A veces retrocedía a saludarme, esperando mi mano que volviera a sacarla del fango pero enseguida volvía a retomar su carrera más rápida que los segundos que pasan y a alejarse más y más pero yo ya no corro más y camino despacio, arrastrando los pies. Pues yo no sé a dónde quiero llegar para darme impulso, no deseo nada, estoy vacía. ¿Y ella que buscara? Puede que corra para alcanzar la muerte o solo porque así encontrará la vida.